29 de septiembre de 2010

Velar el racismo

Erick R. Torrico Villanueva

Si el proyecto de ley anti-discriminación y anti-racismo aprobado el pasado viernes 10 por los diputados de la Asamblea Legislativa Plurinacional supusiera la defunción de todas las ideas y prácticas racistas en el país, se tendría que organizar un velorio que en realidad constituiría una celebración. Sin embargo, el panorama es distinto y al parecer difiere incluso de las buenas intenciones que pudieron haber tenido sus proponentes.

En los hechos, a partir del polémico artículo contenido en esa norma relativo a que los medios de difusión que publiquen “ideas racistas y discriminatorias” podrían perder sus licencias de funcionamiento —advertencia que afecta básicamente a las emisoras de radio y televisión—, lo que se tiene es un potencial efecto negativo que se traduciría en el ocultamiento de los comportamientos racistas.

Pero se podrá preguntar ¿cómo es eso? Es simple: como el proyecto legal no especifica el carácter de la publicación a que se refiere, cualquier mensaje que aparezca en un medio masivo —sea de información, opinión, análisis, entretenimiento, educación, publicidad o propaganda— y que sea tipificado como racista dará lugar a que el medio se convierta en objeto de sanción. De esa manera, por la vía de la amenaza latente de castigo, es decir, por la aplicación de la censura previa, la futura ley logrará que los medios retiren al racismo de su repertorio de temas.

Y la consecuencia será que irán desapareciendo las noticias, los comentarios, las denuncias y las investigaciones al respecto, con lo que en último término se generará el simulacro de que el racismo fue final y felizmente erradicado. En otras palabras, la gente y los medios preferirán no hablar del asunto por temor a las represalias y eso contribuirá a que, en la práctica, continúen reproduciéndose conductas y discursos discriminadores con la ventaja de que quedarán cada vez más invisibilizados.

La prohibición que el proyecto contempla resultará, así, contraproducente, pues en lugar de hacer posible que se lleve velas al sepelio del racismo aportará —quizá sin proponérselo— a velarlo en dos formas inesperadas: cuidándolo y escondiéndolo. Si la futura ley aspira a alcanzar un impacto positivo debiera, en lo concerniente a los medios, especificar que las sanciones recaerán sobre ellos en caso de evidenciar en sus mensajes acción propia, intencional y deliberada, de propaganda o promoción racistas.

“Raza” es un seudo-concepto: designa algo que carece de correlato real. Su origen se relaciona con la conquista imperial y con la instalación del proyecto moderno de “occidentalización” del mundo a partir de los hallazgos de Cristóbal Colón. El sometimiento de los pueblos “descubiertos” y más tarde colonizados, como también neo-colonizados, requería de ese componente ideológico para reforzar la idea de la supuesta superioridad (biológica y cultural) de los agresores que ya traían la ventaja de un cuasi monopolio de la violencia. Eso se reprodujo sin mayor excepción en las diferentes situaciones de subordinación de un grupo humano por otro y así ha sido hasta el presente.

Es claro que la antigua “política del menosprecio” debe ser sustituida por una política del reconocimiento y la interacción en igualdad de condiciones, pero ello demanda que una ley sobre el particular no dé margen a que se restableza y potencie el estado de cosas que pretendía transformar. El proyecto debe ser considerado en días más por el senado; éste tiene ahora la responsabilidad y la palabra.

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